Pasan los años e intento esconderlo, esposarlo, encerrarlo entre rejas de odio y rechazo, pero no logro mi propósito. Como si fuera la reencarnación de Houdini, mi yo más despreciable se escapa, y lo hace de una manera espeluznante. Me da miedo. No quiero verme en ese espejo de mal. No quiero que me quite mi luz, mi bondad, mi verdadero yo. Al menos eso es por lo que lucho, para que mi verdadero yo sea bueno, y la maldad de mi oscuro alter ego no predomine en mis actos, porque las consecuencias hacen que me sienta como un animal herido que no sabe como seguir adelante sin perder más sangre.
Tumbada encogida, esperando un rescate milagroso...
2 comentarios:
El hombre doble estaba herido por su propia sombra, cobarde guerrero en contra de su inocente melancolía. El hombre doble adoraba a un viejo monstruo, extraña criatura de lagrimas cristalizadas, neutralizado por las culpas. Ese monstruo era su única verdad, salvaje infeliz, implacable en sus preguntas:
- ¿Quién eres Hombre doble? ¿Por qué no te rebelas?
A lo que el hombre doble respondía de la manera más simple:
- Pero a que debería rebelarme, a que si soy tan pequeño, a que si la naturaleza aún me desconcierta por su magnitud, por su fe ciega en mi. Y yo que aún no sé, si estoy a salvo de mí, de ti.
El monstruo se burlaba de esas respuestas que flotaban inertes en el pozo donde el alma del hombre, ansiaba manifestarse. Pero el hombre era un ser desconocido para sí mismo, un oculto símbolo en la materia de su cuerpo, una fábula en la que no creía, al sentirse una rata espectral en un palpable infierno, oculto en su cerebro.
Los sentimientos del hombre eran traducidos por el monstruo. Magnéticas unidades de aire que se nutrían de su espacio y tiempo. Menospreciadas por el monstruo, eran igual a la suma de obsesiones, hierro, y necesidad.
El hombre doble modelado por el terror que le provocaba el monstruo, comenzó a construir una jaula con sus cabellos, largos como el río que descendía por la montaña escarpada.
Antes de refugiarse en esa eterna cueva, decidió despedirse del monstruo, e infundiéndole a las pestañas y manos del monstruo un ligero soplo, su aliento, descubrió su propio rostro, hechicero del universo, monje del agua, el monstruo, su Dios, el mismo, ardiendo frente al espejo cubierto de espesas mentiras, que le mantenían resplandeciente en el dolor.
El hombre doble y su ahora única apariencia, la de Dios, se encarno en sí mismo, en su voluntad de serpiente, de meteorito inconmovible, y calmando el llanto del monstruo, dejo dormir a ese nebuloso tripulante de su pasado.
La alegría es la mejor de todas las armas
Publicar un comentario