viernes, abril 09, 2010

UNA CUESTIÓN DE VELOCIDAD by Carmen Posadas

Tengo una amiga de esas a las que considero sabias. Una persona sabia, para mí, es exactamente lo contrario de servidora de ustedes. Es alguien que no se hace mala vida dándole vueltas a la cabeza con eso de «quién soy, adónde voy y de dónde vengo» o tratando de entender por qué las personas traicionan, por qué fallan, por qué hacen daño. Mi amiga es sabia porque ha elaborado dos o tres teorías básicas sobre el ser humano y sus demonios, y con eso tiene suficiente. La primera es la que ella llama ‘la teoría Julio Iglesias’. Ésta dice que no hay que romperse la cabeza tratando de clasificar a las personas en este o aquel apartado: egoísta, frívola, generosa, porque todo el mundo es… a veces sí, a veces no; a veces tú, a veces yo, y cuanto antes uno se dé cuenta, menos chascos se ha de llevar. La segunda teoría de mi amiga es aceptar y tomar nota. Según ella, cuando a uno le han hecho una pifia, es mejor aceptarlo que reconcomerse por dentro, así se evitan rencores y mala sangre, que a la larga son más dañinos que la propia afrenta. Su idea se parece a eso de poner la otra mejilla, pero, ante tan cristiana resignación, ella propone lo de tomar nota. Es decir, espera y verás, que la vida es larga y arrieritos somos. Su tercera teoría es la de la velocidad. Ésta parece desmentir un tanto `la teoría Julio Iglesias´, y en cierta medida también la de la aceptación, pero sólo en apariencia, porque consiste en saber con qué personas tiene uno mayor posibilidad de ser feliz. Dice un refrán que `pájaros de un mismo plumaje anidan juntos´ y otro muy distinto `que los extremos se atraen´ (ya ven, pura `teoría Julio Iglesias´, a veces sí, a veces no). Por su parte, la antropología sostiene que los seres humanos suelen emparejarse con personas de su mismo perfil físico (los guapos con las guapas, por ejemplo), también con las de un mismo perfil económico o social, pero que, cuando se cambia de perfil, también se cambia de pareja. Esto encajaría con la teoría de aceptar, también con la de tomar nota o, lo que es lo mismo, esperar a que cambien las circunstancias para actuar de otra manera. Y la teoría de la velocidad, dirán ustedes, ¿en qué consiste? Según mi amiga, para no ser infeliz sin remedio, además de fijarse en el plumaje del ave con la que uno va a anidar, hay que fijarse en que sea una que vuele a nuestra misma velocidad y altura.

Debo decir que me costó entender esta tercera teoría porque, a primera vista, se diría que en el mundo moderno todos llevamos la misma velocidad, que es apresurada, enloquecida, neurótica. Pero mi amiga me explicó que no se trata de velocidad exterior, sino interior, algo así como un ritmo invisible. Igual que ocurre con las aves, por ejemplo, hay personas que vuelan bajo o alto, lento o rápido y eso sólo se detecta al estar junto a ellas. «Si tú eres rápida y la otra persona es lenta, por muy bien que te caiga o por mucho que te rechifle, acaba impacientándote y haciendo que te subas por las paredes. En cambio, si tú eres más lenta y el otro es un fuguillas, da igual que sea el hombre de tus sueños, pues al cabo del tiempo te producirá desasosiego o una inexplicable e irrefrenable irritación. Y lo mismo, o peor, ocurre con los que vuelan alto o demasiado bajo.» Como esta teoría es nueva para mí, aún no he podido contrastarla en el terreno sentimental, pero sí con los amigos y ¡es cierta! Hay personas a las que adoro, admiro y valoro muchísimo, pero con las que no puedo pasar más de media hora porque las quiero matar. Unas (las rápidas) me ponen eléctrica, otras (las lentas) o bien me duermen o bien me dan ganas de darles una patada en la espinilla; y lo mismo me ocurre con las de bajos o muy altos vuelos… ¿Tendrá entonces razón mi amiga y a la hora de relacionarnos, además de atender al corazón, deberemos atender a un invisible velocímetro? ¿Será ésa la explicación de por qué hay personas que nos atraen y, a la vez, nos producen vértigo, angustia? ¿Seremos en verdad tan primarios, tan animales que lo importante es lo alto/bajo o lo veloz/lento que se vuele? Y, por fin, ¿será algo tan inesperado como la velocidad una de esas ‘misteriosas razones que tiene el corazón y que la razón ignora’? Voy a seguir indagando y después les cuento.